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UN GOBIERNO DEBILITADO

UN GOBIERNO DEBILITADO

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El gobierno de Cristina Fernández de Kirchner se muestra sólido, de acuerdo a sus intereses más urgentes. En cambio, la gestión de Alberto Fernández se hunde cada vez más en el desconcierto y la incertidumbre. Aunque la ex mandataria ostente, actualmente,  el cargo de vicepresidente de la Nación, es ella quien tiene el verdadero poder dentro del Ejecutivo. Al igual que en el Poder Legislativo. Contrariamente, el actual mandatario solo posee su cargo de gobernante y la lapicera presidencial para rubricar los deseos de C.F.K. Hay dos gobiernos dentro de uno solo.

La viuda de Néstor Kirchner se encuentra abocada a resolver, de una vez por todas, su situación procesal y las implicaciones que algunas causas judiciales podrían recaer sobre sus hijos y ciertos allegados. No importan las formas ni los modos, lo relevante para ella es concretar el objetivo final: impunidad propia y ajena. Hace y deshace a placer, según la dinámica que imprima la realidad objetiva. Cristina no tiene límites, abandonó hace tiempo cualquier sentido de prudencia. Decididamente, viene por todo.

El caso de Alberto es diferente. Siendo el segundo en el ejercicio real del poder, aunque esté primero en la línea gubernamental, su tarea se vincula con la resolución de las problemáticas nacionales junto a ciertos requerimientos que le impone la Sra. de Kirchner. Es decir, carga sobre sus hombros una doble tarea. Mientras el profesor y la abogada exitosa rumbean cada uno por su lado, las consecuencias de una cuarentena improvisada, mal encarada, hacen estragos en la sociedad argentina.

Cuando Cristina Fernández anunció a Alberto Fernández como compañero de la fórmula presidencial que terminó imponiéndose en las elecciones generales de 2019, la mayoría de los analistas políticos calificó como magistral dicha decisión. Sobre todo, a la luz de los resultados finales que establecieron la obtención del 48 % de los votos del electorado. Sin embargo, el éxito de una fórmula presidencial en un comicio no asegura la eficiencia de la misma durante el desarrollo  de su gestión.

El rejunte peronista – con los Fernández y Sergio Massa a la cabeza -, expuso desde sus inicios una verdad inquietante: con tantas diferencias y  deudas sin saldar entre ellos, no iba a resultar sencillo llevar adelante un gobierno  armónico  y eficiente. Esto, sin una pandemia a la vista. Algo que se profundizó abruptamente con la aparición del Covid – 19 y el establecimiento de una discutida cuarentena de más de 100 días.

A casi 9 meses desde su asunción, el gobierno se encuentra sumamente debilitado. Pero, ello no se explica a partir de aspectos ajenos, como ser la existencia de una férrea oposición política y resistencia de cierto sector social. Al contrario, el motivo de su flaqueza interna se explica por aspectos propios de su proyecto – ¿existe? – y sus integrantes. Indudablemente, nada bueno podía surgir de un rejunte de figuras políticas que se odian entre sí, que tienen visiones y expectativas distintas, y que se unieron solamente para retomar el poder y manejar las alicaídas cajas del Estado. Unidos por el espanto y los intereses comunes, antes que por convicción política y deseos de generar bienestar generalizado en la sociedad.

Si el actual gobierno fuera de otro color político distinto al peronismo, los medios de comunicación en su gran mayoría estarían dudando públicamente sobre la posibilidad de que se cumpla, en tiempo y forma, la duración constitucional de su mandato. La imagen del helicóptero de Fernando De La Rúa sobrevolaría imaginariamente cada análisis político realizado al respecto. Y, tampoco, tendrían empacho de expresarlo abiertamente, en alguna que otra ocasión. No obstante, gobierna el PJ y como tal no se puede dudar de su supuesta fortaleza, aunque su debilidad sea indisimulable.

La verdad política de Alberto Fernández es esta: cada día se encuentra más débil y aislado. En ocasiones, luce desorientado e intolerante. Una imagen contraria a la de un mandatario comprometido con sus labores y seguro de sí mismo. Sus contradicciones son enormes, evidentes y variadas. Y, además, lidera una gestión donde las peleas internas abundan y se hacen cada vez más explicitas. A veces, generando vergüenza ajena. Su capital político se agota de forma vertiginosa. Todo esto lleva a interrogarse sobre lo siguiente: ¿Podrá hacer frente, eficientemente, a la crisis económica y social que se avecina?

Si el futuro político de Alberto es desconcertante, el de Cristina es una incógnita. Su tranquilidad judicial se vincula en gran medida a la concreción inmediata la tan anhelada reforma en la justicia para mirar con esperanza el mañana. Sin embargo, no es un objetivo que dependa de sí misma. En medio, además de políticos opositores y jueces, está parte de la ciudadanía que ya ha dado muestras concretas de rebeldía ante tal intento de modificación. Y, para colmo de males, el peronismo ha perdido la calle. Sin caja y con las restricciones impuestas por las medidas sanitarias, su derrota callejera resulta indisimulable.

El futuro político, económico y social de la República Argentina es angustiante. Cualquier cosa puede pasar. Se está en presencia de un tiempo sin igual, marcado por la enorme posibilidad de cambio a futuro. Claro está que, como bien se sabe, no siempre las modificaciones son positivas. Todo depende de las acciones que se realicen en busca de las transformaciones que de deseen plasmar. ¿Qué sucederá en los próximos meses? Nadie lo sabe. Lo único seguro es que habrá que estar atentos a lo que ocurra minuto a minuto.

Argentina, 1985, nominada al Oscar

“Lo que se valora mucho de la película es el guion, la dirección y las actuaciones”, dijo el actor, que evitó generar mucha expectativa en vísperas del 12 de marzo, día en el que se sabrá, entre otros reconocimientos, cuál es la mejor película internacional.

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