
“Los Simuladores” fue una serie televisiva, producida y emitida por Telefe, que tuvo un enorme éxito a principio de la década del 2000. Convertida posteriormente en una serie de culto por sus fans, la tira sirvió en aquellos años como una opción válida de entretenimiento para paliar los complejos efectos de la tremenda crisis política, económica y social que transitaba la República Argentina. Uno de sus capítulos más recordados fue el que llevó por título “Los Impresentables”, estrenado el 29 de mayo de 2002, el cual presentaba una historia de familias desparejas. Todas las diferencias existentes entre ellas (económicas, culturales, profesionales, laborales, etc.), ponía en riesgo el amor de Clara y Federico, tal y como se llamaban los personajes del mencionado capitulo. Santos, Lampone, Ravena y Medina tenían como finalidad lograr que todas esas distinciones pudiesen complementar y unir a dos jóvenes que se amaban sinceramente. ¿Quién hubiese imaginado que, poco más de 18 años después, el país tendría la remake de ese episodio? La gran diferencia entre la historia original y la nueva adaptación es que la versión actual no forma parte de la ficción, sino de la realidad. Una triste y penosa realidad.
El gobierno de Alberto y Cristina Fernández ha superado todos los límites negativos imaginables. Resulta difícil encontrar algún calificativo que no se haya usado siquiera una vez para referirse a dicha gestión. Y, peor aun, día a día superan los desaciertos ya cometidos. Parecería ser que ponen mucho empeño en renovar su repertorio de equivocaciones y disparates. Todos los funcionarios tienen dos característica principales en común: carecen de credibilidad e idoneidad para cumplir con sus roles gubernamentales. Los 10 meses de gobierno así lo han demostrado.
La credibilidad de Alberto Fernández es como un alfajor de pollo: no existe. Nunca existió. Es más, dicha condición personal era públicamente conocida desde que fue confirmado como compañero de fórmula de Cristina Kirchner, persona sobre la cual habia realizado duros cuestionamientos poco tiempo antes de ser elegido por ella misma para encabezar la lista del Frente de Todos. Visto desde otro punto de vista, la mayor parte de la sociedad le confió su voto a una persona que nunca pudo explicar coherentemente su repentino cambio de postura con relación a su compañera de fórmula electoral, hoy, segunda autoridad en jerarquía institucional dentro del Poder ejecutivo.
Debajo de Alberto y Cristina asoma un conjunto de funcionarios tan o más mediocres como ellos dos. Santiago Cafiero es solo un militante político ocupando circunstancialmente el rol de Jefe de Gabinete. Le habla solo a la militancia kirchnerista, la cual festeja sus expresiones del mismo modo que lo hace un centro de estudiantes vitoreando a su presidente. Luego, hay un conjunto de ministros y secretarios/as vinculados con la actividad económica del país que son un canto a la incoherencia. Por ejemplo, Martín Guzmán (Economía), Matías Kulfas (Desarrollo Productivo), Cecilia Todesca (Secretaria de Evaluación Presupuestaria, Inversión Pública y Participación Pública – Privada), entre muchos otros, han explicado durante los últimos meses la importancia que reviste para el país que los argentinos decidan ahorrar en pesos, teniendo ellos mismos depósitos y plazos fijos en dólares en el exterior. Recuerdan la frase que reza: “Haz lo que yo digo y no lo que yo hago”.
También, hay otros funcionarios de notable incapacidad para desempeñar sus roles. Ginés Gonzales García (Salud) tiene todo el mérito por los deficientes resultados de la cuarentena implementada por el gobierno. No tuvo ni un solo acierto en materia sanitaria. Ni siquiera le salió bien la opereta de las vacunas vencidas, compradas durante el segundo gobierno de Cristina. Otro caso: Daniel Arroyo (Desarrollo Social), pasó de ejercer docencia mediática sobre cómo resolver la pobreza durante el gobierno de Macri, a realizar compras para su ministerio con evidentes sobreprecios a los 10 minutos de haber asumido. No se puede obviar a Sabrina Frederic (Seguridad), tan capacitada para ejercer su cargo como Juan Cabandiè (Ambiente y Desarrollo Sostenible) para desempeñar el suyo. Ni hablar sobre Agustín Rossi, quien todavía no puede ubicar el misil y las municiones que se le “extraviaron” en el anterior gobierno de C.F.K. La “excepción” a la regla es Gabriel Katopodis (Obras Publicas), quien no para de inaugurar hospitales. La duda central es saber si esos nosocomios se hicieron para utilizarse en medio de la pandemia o solo servirán como escenario para la realización de futuros actos políticos, tal y como sucedió en otros gobiernos peronistas. Sobre todo, en el de Cristina.
Lamentablemente, Argentina no encuentra paz. No solo sus actuales autoridades son un dolor de cabeza, también le generan disgustos los dichos de ciertos personajes partidarios del PJ. Al clásico nivel de odio que desprende habitualmente Hebe de Bonafini y la doble vara analítica (bueno si es peronista, malo si no lo es) del periodista Diego Brancatelli, hay que sumar los desvaríos de Dady Brieva. El humorista viene exponiendo su faceta intolerante hacia todo lo que no se ajuste a su ideología y doctrina peronista, y de vez en cuando expresa uno que otro mensaje cargado de rencor y mala leche. Su gran problema es que nunca se hace cargo de sus dichos y, obligadamente, sale a pedir la escupidera para justificarse. Brieva debería sentirse orgulloso, su deseo de ver revolver basura a los argentinos está muy cerca de cumplirse. Su gobierno está trabajando incansablemente para hacerlo realidad.
Se dice comúnmente que la realidad supera a la ficción. Y, ciertamente, Argentina es un ejemplo concreto de ello. No deben existir muchos casos donde una sociedad que ya tuvo padecimientos con una clase política corrupta e ineficiente, haya decidido renovarle el crédito considerándola como la única solución a los problemas que ella misma había generado inicialmente. Habiendo más de dos propuestas electorales, inexplicablemente, el 48 % del electorado decidió confiar, una vez más, en Los Impresentables de siempre. Aunque hubiesen existido Los Simuladores en la vida real, y se hubiese decidido contratarlos para resolver los padecimientos actuales del país, es probable que hubiesen fracasado en su misión. Y la explicación a ello resulta sencilla de expresar: ellos realizaban simulacros sofisticados para solucionar problemas graves pero descalificados, no contemplados por ningún aparato u organismo (ni política, policía o la Ley); no producían milagros tales como que la gente dejara de confiar ciegamente en quienes ya los habían decepcionado en reiteradas ocasiones.