
La muerte de Diego A. Maradona enlutó al mundo entero. Mucho se habló sobre su carrera futbolística, adicciones, vida privada, posicionamientos políticos e ideológicos, etc. Sin embargo, nada se dijo sobre un elemento que generó enormes perjuicios en su vida: un excesivo y adictivo nivel de idolatría popular. Sobre todo, en Argentina. Literalmente, el futbolista llegó a ser considerado un Dios por sus seguidores. Sin embargo, se trataba de un mortal con un talento futbolístico descomunal e inigualable; quien también poseía virtudes y defectos como cualquier persona.
Durante muchos años, y sin advertirlo, sus fanáticos lo despojaron que cualquier de rasgo de humanidad posible. La deshumanización del ídolo fue un arma de doble filo que jamás supo sobrellevar y resolver. Terminó convenciéndose que estaba más allá del bien o del mal; supuso que sus palabras eran verdaderas incuestionables y que podía hacer y/o decir lo que quisiera, sin importar las consecuencias de sus actos y palabras. La gente lo aplaudía, vitoreaba y justificaba, incluso, cuando estaba equivocado.
Muchos le causaron un daño tremendo a Maradona: quienes lo estafaron, robaron, usaron, aquellos que nunca lo cuidaron y, además, llevaron por mal camino. Asimismo, también hubo quienes le mintieron constantemente, como todas aquellas personas que omitieron mostrarle sus equivocaciones y explicarle la necesidad de dar un paso atrás y repensar ciertas cosas. Estos últimos, quienes lo alentaban a perseverar en sus equivocaciones, fueron tan perjudiciales como todos los demás.
La idolatría mortal a la que estuvo expuesto el deportista hizo que, preso de un sentimiento de omnipotencia absoluta, decidiera prescindir de las personas que podrían haberlo cuidado con mayor cariño y dedicación. Creyó ser todopoderoso. Ni el poder, la fama o el dinero fueron tan destructivos para él como el enorme apasionamiento toxico que le dispensaron sus fanáticos.
A pesar del talento deportivo innato que supo exhibir y la trascendencia a nivel mundial de su figura, Maradona merecía la oportunidad de vivir una vida más humana, obteniendo de sus seguidores lo que verdaderamente necesitaba (afecto, contención, tranquilidad, honestidad) y prescindiendo de lo superficial (obediencia, justificación, adoración, sumisión). Su tumultuosa vida debería servir como ejemplo gráfico para que la gente entienda que ningún tipo de fanatismo ni idolatría resulta útil. Menos aún, saludable. Por suerte, el mejor futbolista de la historia ahora descansa en paz. Por fin, pudo conocer una tranquilidad que jamás experimentó en vida. Que en paz descanse.